
En una editorial publicada por Frontiers in Ethology, Vladimir Dinets, profesor asistente de investigación en la Universidad de Tennessee, presentó un fascinante caso de comportamiento adaptativo. Un joven halcón de Cooper desarrolló una sorprendente estrategia de caza utilizando semáforos peatonales. Lejos de los bosques y cañones donde estas aves suelen cazar, el escenario fue una calle de vecindario común. En una intersección transitada solo durante horas pico, el halcón demostró una comprensión asombrosa del entorno humano. Dinets, testigo directo, quedó impresionado al ver cómo el ave aprovechaba el tráfico urbano para cazar con éxito. Observó una conducta reveladora de instinto, planificación, memoria espacial y una lógica casi urbana.
Todo comenzó en invierno, cuando el investigador conducía por su barrio por la mañana y notó un comportamiento inusual. Cada vez, al presionar el botón peatonal, el semáforo se alargaba y los autos formaban una extensa fila frente a un pequeño árbol con copa densa. Desde ese escondite, el halcón emergía en picada.
Volaba muy bajo, bordeando la fila de autos. Luego cruzaba entre los vehículos y se lanzaba hacia un punto fijo: una casa donde cada mañana aves pequeñas acudían a alimentarse de migajas. Estas sobras, dejadas por una familia con cenas habituales en el jardín delantero, atraían gorriones, palomas y estorninos. El depredador sincronizaba su ataque con precisión quirúrgica, aprovechando la distracción de sus presas y la cobertura momentánea del tráfico detenido.
Según Dinets, lo más extraordinario era la aparente comprensión del halcón sobre el sistema de señales peatonales. No solo entendía el sonido del semáforo como anuncio del cruce de peatones, también implicaba una mayor duración de la luz roja y, por tanto, una fila más larga de automóviles. Cuando los autos bloqueaban su visión directa del lugar donde se posaban las presas, el halcón recurría a su memoria topográfica. Era capaz de volar de manera precisa a un punto sin visibilidad, demostrando una notable orientación espacial.
Este ejemplar era joven, recién llegado a la ciudad como parte de su migración invernal. En pocas semanas había desarrollado una estrategia difícil de perfeccionar incluso tras años. Al invierno siguiente, Dinets observó a un halcón adulto cazar del mismo modo. "Se trataba del mismo ejemplar, ya maduro", aseguró.
Tales conductas refuerzan la idea de capacidades cognitivas mucho más complejas en algunas aves rapaces. Cuando el semáforo dejó de emitir el sonido guía para invidentes y la familia cambió de residencia, los pájaros dejaron de acudir y el halcón desapareció. No volvió a verse uno igual en esa zona. Aunque anecdótico, el caso resulta valioso para la etología urbana. Muestra cómo incluso especies altamente especializadas pueden adaptarse rápidamente a ambientes hostiles o transformados por la actividad humana. La ciudad, con todos sus peligros —ventanas reflectantes, cables de alta tensión, ruido constante y tráfico impredecible—, no es un hábitat fácil. Sin embargo, algunos animales logran no solo sobrevivir, sino dominar el paisaje artificial.
Fenómenos similares se han documentado en otras especies: cuervos lanzando nueces en la calle para que los autos las rompan, aves usando techos calientes para incubar huevos, y otras anidando en vehículos. Cada caso revela una capacidad sorprendente para leer, interpretar y utilizar el entorno humano a su favor. El halcón de Cooper se une así a una élite de fauna urbana con logros extraordinarios: comprensión de reglas humanas y su utilización como ventaja evolutiva. Estos comportamientos no son simplemente curiosidades, sino señales de una inteligencia que demanda estudio y reconocimiento. (NotiPress)